Tuesday, June 7, 2011

Rafael Alberti

Originalmente, este iba a ser un post dedicado exclusivamente a La arboleda perdida, volumen que recoge las memorias de Rafael Alberti. Pero se me atravesó en el camino una antología poética suya, por lo que decidí intentar recoger una perspectiva más integral de la obra y legado de este poeta.

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“Sólo ahora, y al cabo de casi treinta años, me atrevo a confesar estas tristes y mínimas tragedias trascendentales, quizá ridículas de comentar en el día de hoy.”
-Rafael Alberti

Hay países con suerte que tienen artistas que representan todo un siglo. Los “hombres siglo” facilitan mucho el estudio de un país a los investigadores del futuro, o al menos sirven como punto de partida. Para ser un “hombre siglo” se necesita, además de una vida longeva, destreza en las artes (serlo en la literatura es una ventaja), y cierto compromiso político. El hombre siglo más emblemático, al menos en la cultura occidental, es Víctor Hugo, que vivió 83 años, y que, a lo largo de su vida, se identificó con toda la gama de facciones del espectro político de su época a excepción del monarquismo y el comunismo, personificando así al siglo XIX francés.

Rafael Alberti no es exactamente la personificación del siglo XX español, pero está cercano a ello. A pesar de que su vida abarcó prácticamente todo el siglo (vivió de 1902 a 1997), el haber participado en el bando republicano durante la Guerra Civil Española, pasar más de la vitad de su vida exiliado, y ser el último miembro de la Generación del 27 en morir, hacen de Alberti, no la personificación del siglo que fue, sino del pudo haber sido. La avalancha de homenajes que se le hicieron desde su regreso a España y hasta su muerte, el haber sido electo diputado por el partido ancestro de Izquierda Unida a pesar de no tener conocimiento de la vida política española, así como el interés con el que se siguió su obra en los últimos años de su vida, reflejan cierto remordimiento colectivo por parte de la sociedad española de entonces.

Alberti recogió sus memorias en un volumen llamado La arboleda perdida. En su primera parte, el libro es casi un diario de la Guerra Civil. Posteriormente, recoge memorias de diversas etapas de la vida del autor. Los pasajes, que desde un punto de vista literario y estilístico, son mediocres y aburridos tirando a malos y desesperantes, tienen mucho valor por dos razones. La primera es que reseñan la vida cultural de la España de antes de la Guerra Civil, así como de los exiliados republicanos tras la victoria de Franco. Este pasaje , por ejemplo, es revelador:
“(…) ¿Era yo un desertor de la poesía hasta entonces llamada de vanguardia para volver al cultivo de ciertas formas conocidas? No. La nueva y verdadera vanguardia íbamos a ser nosotros, los poetas que estábamos a punto de aparecer, todos aún inéditos –salvo Dámaso, Lorca y Gerardo Diego- pero ya dados a conocer algunos en Índice, la revista que Juan Ramón Jiménez, junto con una editorial del mismo nombre, había empezado a publicar. Aquella otra vanguardia primera, la ultraísta, estaba en retirada. Los muertos, heroicos si se quiere, que dejaba en el campo de lucha eran bastantes; los salvados, pocos. Aunque Juan Ramón [Jimémez] en algún momento de justo enfado conmigo me calificara, luego, de ista, es decir de cultivar los ismos en boga, tengo que expresar aquí mi horror por las clasificaciones; mi amor, por el contrario, a la independencia más absoluta, a la variedad, a la aventura permanente por selvas y mares inexplorados. Que rozara los ismos, que me contagiara a veces de ellos hasta parecer de pronto apresado en sus mallas, era inevitable y natural. Los ismos se infiltraban por todas partes, se sucedían en oleadas súbitas, como temblores sísmicos, siendo más que difícil el resultar del todo ileso en su incesante flujo y reflujo. Pero, en definitiva, puedo ya, a tanta distancia, preguntarme: ¿a qué ismo determinado pertenece hoy mi obra o la de todos los poetas españoles de mi generación? Creo poder afirmar que a ninguno, que nuestra poesía, en sus momentos más altos, estuvo por encima de las modas, que pocas veces se entretuvo en pasatiempos estériles, constituyendo así la verdadera vanguardia de un movimiento lírico que aún a pesar de todos los más tristes pesares sigue en cierto modo –no me parece exagerado ni inmodesto decirlo- gobernando en España.”  
La segunda razón es que muestran el peso específico que tenía Alberti en la vida cultural española de finales del siglo XX. El último tomo de La Arboleda recopila una serie de artículos escritos para El País, en los que Alberti da y quita vida a los artistas de las nuevas generaciones según sus mañas y sus aficiones.  Durante 15 años, la columna quincenal de Alberti se convirtió en una especie de Hola! cultural, en la que ser nombrado por el patriarca garantizaba o arruinaba futuros.

Y sin embargo, en la actualidad, Alberti es prácticamente desconocido entre el público hispanohablante no especializado. Sitios de internet como “poemas del alma,” que, por más melosos que sean acercan a la gente a la poesía, ignoran a Alberti por completo. Sería de esperarse que obras como las Coplas de Juan Panadero, de alto contenido ideológico y escatológico (prácticamente no hay poema que no hable de mierda, anos, o sangre) estén casi olvidadas, y eso a pesar de que la veta de poesía política de Alberti es divertidísima. La antología poética de Alberti que yo tengo, por ejemplo, prácticamente ignora los poemas políticos del autor.

Pero dejemos de lado lo político. Lo que extraña es  que los versos de publicaciones como el Libro sobre los Ángeles, o Retornos de lo Vivo Lejano, que son digeribles y ofrecen versos para todos los gustos, no hayan sido retomados por el público. El ngram de Google nos muestra que las palabras “Rafael Alberti” han dejado de ser mencionadas en los libros en español a un ritmo alarmante desde 2000, poco después de su muerte (resulta también revelador cómo el momento cuando más se hablaba de Alberti era justo antes de su muerte). Como quien dice, a rey muerto, rey puesto.



La razón del olvido de Alberti tiene poco que ver con la calidad de su poesía y mucho con el desastre testamentario que dejó, el cual ha sido reseñado por El País en artículos como este, este, este, y este. A grandes rasgos, las palabras “Rafael Alberti” tienen derechos reservados, por los que nadie puede usarlas sin pagar regalías a la Fundación Rafael Alberti, la cual está en control de los hijastros del poeta. La hija biológica de Alberti, que no es mencionada en ninguno de los artículos que Alberti escribió para El País hacia el final de su vida, está en evidente desacuerdo. Obviamente, ningún escritor o casa editorial está dispuesto a pagar regalías por mencionar al poeta, por lo que ha dejado de ser mencionado. Los problemas entre los hijastros y la hija de Alberti solamente pueden empeorar, en beneficio de los abogados y en perjuicio de los amantes de la poesía.

Desde hace unos años, Seix Barral ha estado publicando las obras completas de Rafael Alberti. De los ocho tomos originalmente planeados, se han publicado hasta la fecha seis. Hasta donde sé, el futuro de los otros dos está en entredicho por los ya mencionados líos legales y la virtual quiebra del estado español, que había cofinanciado la obra.

Este es un triste destino para un poeta de un siglo que pudo haber sido. En el mejor de los casos, me imagino, recordaremos a Alberti por esta bella y misteriosa canción que le popularizó Serrat:


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